Con el fin de promover una convivencia agradable entre perros y humanos, La Aldea Canina hace cuatro recomendaciones que buscan cambiar la óptica con la que generalmente se mira a los perros:
1. No generalizar
2. Olvidar los prejuicios
3. No humanizar
4. Observar sin mal interpretar las acciones caninas
1. No Generalizar
Los resultados arrojados, por un grupo de animales que se haya estudiado, suelen aplicarse para toda la especie, como si todos sus miembros fuesen iguales. Sin embargo, cuando se trata de humanos sucede lo contrario. Por ejemplo un asesino en serie no refleja el comportamiento considerado normal para todas las personas. Tampoco cuando un campeón olímpico obtiene una medalla asumimos que todos podemos hacerlo.
El comportamiento de una especie no está determinado únicamente por la biología compartida de dicho grupo. Sino también, por la condición de individuo. Las conductas son el resultado de sus propias vivencias y su entorno. Tener esto en mente contribuirá a que nos formemos una imagen más acertada del comportamiento de un perro. Ya que definitivamente habrá muchas variaciones conductuales entre cada uno de los perros que observemos, ya sea el nuestro o los canes con los que se relaciona.
2. Olvidar los prejuicios
El hecho de que un perro tenga un tamaño considerable y de que pertenezca a determinada raza, de ninguna manera significa que sea agresivo, o que pretenda atacar a una persona o a cualquier perro de menor talla que se le cruce en frente. Suele suceder que los propietarios de perros pequeños no permiten el acercamiento con perros grandes, o de ciertas razas, asumiendo que el grandote “agresivo y malo” va a comerse a su “indefenso animalito”.
Cargan en brazos a las “potenciales víctimas” o peor aún, tratan de ahuyentar incluso a golpes al otro perro. Con estas desagradables actitudes, lejos de evitar una pelea en realidad la están causando. El perro pequeño no deja de ser perro y al percibir olfativamente la intranquilidad, el miedo (totalmente injustificado) y la alteración de un miembro de su grupo social primario, va a intentar defenderlo, mordiendo al otro perro o a su guía. A la vez el perro de mayor tamaño hará lo propio si alguien le da un golpe (pese a que se acercó amigablemente). Pero el mal rato no es todo, lamentablemente esto no ocurre una sola vez, sino que se repite siempre que salen a la calle o al parque. A la larga esta sobreprotección genera un desequilibrio, al impedir que un animal altamente social se relacione con otros miembros de su especie.
Entre perros se observa el temperamento y el lenguaje corporal en lugar del tamaño. Es perfectamente posible que un boston terrier invite a jugar a un alaskan malamute y que éste responda positivamente o viceversa. El primero no es una presa del segundo, ambos son perros.
3. No humanizar
Es indispensable ponerse en la piel del perro para interpretar acertadamente lo que el can siente, sabe y hace. De ninguna manera funciona al revés por lo que es inútil atribuir nuestros sentimientos y pensamientos a un perro.
Humanizar a un perro no ayuda a integrarlo a nuestra familia, ni a tener una buena relación. No podemos asegurar que es lo mejor para un perro en base a lo que consideramos mejor para nosotros o para nuestros hijos, al contrario de esta forma podemos afectar el bienestar animal y caer incluso en el maltrato.
Algunas personas se preocupan periódicamente de bañar y perfumar a su perro luego de cortarle el pelo. Los productos que más se usan tienen olores “agradables” para quienes lo compran. Con esto se afecta el sentido más importante del perro, su olfato, a través del cual percibe el mundo y se comunica. Se altera su olor característico, su identidad, consecuentemente cambia también la forma en que los otros perros lo perciben exponiéndolo a un posible ataque debido a la confusión. Además, resulta incomprensible que se le quite al perro su mecanismo natural para protegerse del frío (el pelo) y luego se lo vista para abrigarlo.
4. Observar sin mal interpretar las acciones caninas
Es fundamental distinguir los elementos relevantes del mundo del perro para comprenderlo desde su perspectiva. Considerar sus capacidades, su experiencia y sus formas de comunicación para interpretar correctamente lo que el perro siente, sabe y entiende. Para esto, se requiere observar el lenguaje corporal del perro más allá de lo superficial, es importante reconocer lo que las expresiones del perro significan para el perro y no lo que significan únicamente para nosotros, es decir traducir sus movimientos y vocalizaciones. Es necesario analizar su comportamiento, no como reflejo del nuestro, sino para comprender su experiencia mental, suponer semejanzas entre las preferencias de los perros y las nuestras nos lleva únicamente a malinterpretar su conducta.
Es primordial observar estos cuatro aspectos y mantener la calma para ofrecerle una guía adecuada a un perro.